lunes, 25 de diciembre de 2017

Sangre, sudor y lágrimas.

Para evitar el aburguesamiento natural al que tendíamos en el Hostal La Laguna, decidimos proseguir camino y ascender al albergue Potosí, a 3900 m.s.n.m., para hacer una caminata hasta la laguna de Otún en el Parque Nacional de los Nevados. Nuestro plan continuaba con bajar al balneario de aguas termales de San Miguel, en Santa Rosa de Cabal, a unos 1700 m.s.n.m. Hoy pretenderé contar lo que nos aconteció. Vamos a ver:

Sangre hubo, la de K, un perro atacado por un puma según especulaciones de su joven dueño que minutos antes había ordenado a su hermana que me ofreciera un chocolatico calentico mientras yo esperaba a que DR volviera de llenar su depósito de combustible. DR dudaba que lo que le quedaba le diera para semejante ruta alejada de coberturas telefónicas, gasolinéricas y demás ilogísticas, así que se volvió y yo me quedé donde estuviéramos, que no era cuestión de echarle más kilómetros a los cachivaches que nos sirven de montura.
Una vez chocolate en mano, me percaté del rastro de sangre que dejó en su breve recorrido el animal, que pasó despacio y familiarmente entre nosotros, tambaleándose, y se condujo a un arbusto en el jardín y allí se echó. A decir verdad, yo sé de pumas lo que ellos de mi desayuno, pero la realidad es que K tenía el cuello destrozado con cuatro o cinco cortes de los que manaba la sangre a borbotones; otro en el pecho, que dejaba ver una de sus costillas; y otros menores en pata y cara. No tenían dinero para veterinarios ni sabían qué hacer, así que en cuestión de minutos me vi esterilizando al fuego una aguja de coser y bañando hilo de algodón en alcohol. En algún monento, casi 25 puntos de sutura después, DR regresó. Mientras, K, bravo y noble, compañeramente agradecido, se dejaba hacer sin apenas lamento. "Señor TT, es usted un lisensiado", dijo la abuela de los jóvenes, también agradecida. "El tuerto es el rey", me pensé yo entre orgulloso y escéptico. Al acabar le aplicaron café molido en el cuello para detener la hemorragia que volvía a brotar cuando se movía y, así las cosas, nos fuimos.

Y hubo sudor. Primero el de las motos que, por mucha gasolina que les quedara, a esa altitud tampoco encuentran el oxígeno que necesitan y tuvimos que ayudarlas en algún tramo escarpado, aunque fuera bajándonos para acompañarlas a su lado como muleros; y al día siguiente el mio, que amanecimos con mi rueda delantera desinflada de nuevo y no respondió a la espuma antipinchazos de la que nos habíamos pertrechado tras la nefasta experiencia hasta Supía. Si no quería una taza, encima, dos. Pero esta vez a 3900 m.s.n.m., y con el taller más próximo en Santa Rosa de Cabal, a 1715 m.s.n.m. En román paladino: me esperaban 54 km de ruta por una pista forestal de la que no queráis saber más, con unos 2200 metros de desnivel y con la rueda delantera absolutamente desinflada. Esa experiencia de cinco horas, para quien la quiera. Y para qué voy a contar más.

Y al final hubo lágrimas, pero de agua y daban gusto. En chorro, en cascada, en piscina..., hasta del cielo hubo. En defintiva, en el balneario al que tendría que haber llegado de una pieza, pero así fueron las cosas. Cosas más, cosas menos.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Hostal La Laguna.

Otro camino para 4x4, camiones de la industria maderera cargados de troncos, lugareños en motos de cross... y dos touristas en molinillos de café. ¡A la orden!
De esa guisa alcanzamos el Hostal La Laguna en los aledaños del Parque de los Nevados y a unos 2400 m.s.n.m., un escenario espectacular entre montañas cubiertas por vegetación selvática andina y sobrevolada desde por colibríes hasta por cóndores..., por fijar un rango, vamos. Aposento humilde y confortable, vistas magníficas, prados con ganado propio y comida casera. Muy lejos de ser lo más destacable, pero me encantaron las arepas, unas tortitas de maiz que en Colombia se sirven para acompañarlo todo a modo de pan. Lo menciono porque hasta ahora lo había  intentado pero no me habían convencido y aquí me he reconciliado con ellas.

Tan pronto se sirve la cena y tan incomunicados estamos, que a las 9 p.m. estábamos ya durmiendo. Eso sí, yo con la determinación de presentarme a las 5 a.m. en lo alto de una loma próxima para ver el amanecer que los dueños del hostal me habían descrito. A esa hora atravesé el prado con pastor eléctrico que recluye a una hembra de búfalo de agua y su cría (que dios sabrá qué pintan aquí) y me dirigí a mi atalaya en una noche sin luna pero con estrellas fugaces, en la que se fundían en la oscuridad el firmamento estrellado y el brillo de los ojos de docenas de cabras, terneros y caballos que me observaban desde cercas vecinas. Y tal como me contaron, fue: con el Nevado del Ruiz y el de Santa Isabel de fondo mostrando sus fumarolas. Y tan altas y escarpadas las montañas y yo tan hondo en mi valle que el Sol, perezoso, apareció dos horas después del amanecer. Como Gila, que contaba que, cuando nació, su madre no estaba allí.

Buenas tardes, Sol. Gracias, Búfala.

Circuitus interruptus.

Tras erratas en documentación, convocatoria para identificación de firma ante notario, demora en la cancelación de hipoteca de una de las motos, retraso en notificaciones y habiendo completado algunas necesidades de mejora de las motos, todos los trámites parecen concluídos.

¡Al fin en ruta! Eso sí, saliendo a las tantas, por lo que dividimos la etapa a Manizales en dos sin saber exactamente dónde. Ahora sí lo sabemos: fue en Jericó, pero no por sus calles y plaza de estilo colonial ni por su santa local, sino porque la carretera que nos subía nos asaltaba con nocturnidad con baches sorpresa, y es que nuestras luces apenas servían para arrojarnos sombra el uno al otro. Allí los paisanos del lugar andan liados con la minería del oro de otros que contamina el agua de todos. Parada, fonda y madrugar la siguiente etapa hasta Manizales a la luz del sol, para en esta ciudad solucionar lo de las luces. Pero ni con esas: la ruta elegida discurre por una carretera destapada (sin asfaltar, en español de Colombia. Pronúnciese siseando la ese, con acento paisa arrastradito). Decía que este camino, a partir de Támesis, resulta más bien una senda para mulas transitada por motos, coches, bicicletas, peatones, camiones, autobuses y hasta chivas; todo eso con una pendiente pluscuamconsiderable. Divertido, eso sí, aunque el ingeniero que diseñó nuestras motos pensara más bien en su uso urbano. Igual fue por eso por lo que, en una de aquellas, sentí flanear la dirección de la moto y con más fortuna que control conseguí detenerla con la rueda delantera absolutamente vacía. Ya casi de noche y sin ningún sitio donde poder arreglarla, DR se adelantó a Supía, diez kilómetros más adelante -y medio más abajo-, para intentar conseguir espuma antipinchazos. Yo, mientras, fui bajando como pude con el baile de San Vito y alumbrado por nuestras dos linternas frontales hasta que me crucé con él, que venía de subida con los bolsillos vacíos. Fueron un par de horas lidiando el toro flácido de mi neumático para después rebuscar un taller donde repararlo. Después un hotel con ducha, cena, borrón, y cuenta nueva.

Al día siguiente llegamos a Manizales, donde compramos algunas cosillas para logística, visitamos la catedral, el monumento al Bolivar Condor, e intentamos solucionar un viejo problemilla con el teléfono móvil, y es que las exhaustivas medidas de seguridad que lo abarcan todo también incluyen el control de los dispositivos móviles, que deben registrarse o se bloquearán al mes de su uso en territorio colombiano. Tan eficiente la seguridad que para demostrar la legítima posesión hace falta presentar factura. ¡Caray, mira que llevamos cosas, pero facturas de compra...! Ahora tratamos de averiguar si con una copia en formato digital sería suficiente. Esperamos respuesta, como nos dijeron. Si algún lector supiera cómo, con mucho gusto se agradecería colaboración.
Por cierto, Piamonte coffee express: el café más rico de los que hemos probado en Colombia. Para recomendar. Mucho.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Mañana nos arrancamos.

Cuatro días, ¡cuatro!, llevamos respondiéndole lo mismo a la recepcionista de nuestro hotel del amor:
Recepcionista.- ¿Entonces cuándo prosiguen su viaje?
DR y yo, a un unísono cada día menos exclamativo y más interrogativo.- ¡¡¡Mañana???

Y tantos hoyes antes del mañana definitivo, que han dado para patear esa ciudad de Medellín: su museo de la Memoria, con aire de presente nuevo que mira al futuro libre, constructivo y sin complacencia; su plaza de Botero, con es@s gordullos@s libres y a su aire; y su catedral metropolitana..., al aire libre. Finalmente acudimos a la Comuna 13, barrio encaramado a una atalaya con magníficas vistas sobre la ciudad desparramada a sus pies. Coronarla parece imposible. Sus calles tienden, literalmente, más a la vertical que a la horizontal, y si alguien no me cree, que vaya y lo vea. Ahora sólo es un barrio pobre porque cuenta con una serie de escaleras mecánicas que convirtieron su infierno en cielo y lo comunicaron con la tierra, y porque diversos artistas han adornado sus rincones con grafitis coloristas. Bueno, los turistas y los policias no adornan pero también están (estamos).
Total, que una vez vistos los panoramas decidimos curiosear sus calles menos explotadas, que son todas menos una, y dimos con un bar con nuestra cerveza de referencia. Sonaba salsa, dos jugadores jugaban una partida de billar de carambolas y un tipo bebía su tercer botellín de aguardiente de Antioquia. Ese botellín y él permanecían erguidos en su trasiego de jugos junto a los otros dos recipientes recién vaciados y yertos sobre la barra en un proceder que ya he visto en más ocasiones y me empieza a parecer una costumbre. El caso es que le caímos bien, se presentó y se interesó por nosotros, brindamos, nos concedió una canción española y la pinchó. Parecia el dueño del bar, pero nos lo desmintió y nos enseñó su identificación de policia del Estado explicándonos que estaba de vacaciones, y también que los dos jugadores que jugaban al billar se estaban jugando 300 dólares americanos en esa partida. Abajo del barrio antes de tomar las escaleras mecánicas un conductor de autobús nos había aconsejado: "Allá arriba mejor no manejen billetes de 50000 pesos (unos 15 euros)." Paradojas.

Y al llegar al hotel, otra vez la recepcionista:

sábado, 16 de diciembre de 2017

Entreacto de nunca empezar.

Aloha es hola en hawaiano. Aloha pues.

Mentiría si dijera que no ha habido motivos para escribir algo, pero se han diluído tanto entre la maraña de papeleos y desplazamientos para conseguir comprar dos motillos con las que recorrer Colombia que no apetecía ni arrimarse al teclado. Menos mal que estaban la esperanza, la confianza, el qué remedio nos queda y la cerveza Pilsen, autóctona paisa (sí, el de la Pilsen es un consejo al más puro estilo de blog de viajes, así que si hay algún interesado, que tome buena nota.)

Aparte, en Bogotá, el museo del Oro conducido por aquel guía hipnótico en tantos sentidos, y el de Botero y el arte moderno, o el barrio de la Candelaria, y la arquitectura diversa, desvergonzada, con sus ejemplos de estilos compartiendo insolentes la misma ciudad, pero, sobre todo, sus patios coloniales. Palabra de claustrofílico. Y boterófilo..., pero eso es otra historia.

De camino a Medellín, desvío a Zipaquira para ver la Catedral de Sal, excavada en las galerías subterráneas de una explotación minera abandonada. Otra proeza humana a nombre de otro.
En cuanto a Medellín, merecerá otra visita que será al final de este viaje y antes de embarcar rumbo a Ítaca,  y es que por temas burocráticos no hemos podido disfrutar apenas aquí y tendremos que volver casi inevitablemente para vender las motos. Pura burocraciofilia. Sin ir más lejos, para apretar un tornillo del transportín de la moto, el dueño del taller nos aterrorizó con un "Ahorita mismo les mando un funcionario pa que se lo solucione". Al final, todos contentos: 600 pesos para él y uno menos para nosotros.

Y aloha también se traduce como amor. Y es el nombre del hotel sin ventanas en que nos hospedamos, con esta, dos noches. Y también aloja otros clientes del hotel. Y a los clientes de los clientes de hotel. Y hasta aquí quiero contar.

Ya es tarde ahora y aquí, y como aloha también es adios, pues hola, amor, adiós.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Introducción.

PERSONAJES

TT
DR
ALGUNOS OTROS QUE AVENTURAR NO PUEDO

La escena se prevé, mayormente, en Colombia.

El teatro representa la visión parcial y voluntariamente distorsionada del autor de cuantos lugares vaya visitando y de los personajes que encuentre en su impredecible recorrido. O todo lo contrario, vaya usted a saber.

La acción empieza a principios de diciembre de 2017 y terminará, más o menos, en marzo de 2018.

Acto 0

TT
DR

DR y yo nos encontramos en un lugar de. Él viaja ligero de equipaje; yo, con mi torpe aliño indocumentario.

TT.- ¡Estar o no estar, así está el tema! O sea, que entre la poca resolución de mis imágenes y la de mis textos va a ser que ni una imagen ni mil palabras, sino estar aquí.

DR.- ¿Pero qué dices? Si nadie te va a leer.

TT.- Y yo qué sé...

(En acabar el acto toman un avión y se apean en Bogotá.)