.el Sol se puso cuando llegamos a Rincón del Mar (departamento de Sucre) después de más de cinco horas en las motos con el Sol de cara y rachas de viento de costado. Conduciendo, la resaca se expandía en el nulo espacio que queda entre el casco y mi cráneo, así que volvíamos como buenamente podíamos de Barranquilla, donde nos habíamos reencontrado con LD y ES, dos amigos que conocimos en España cuando, hace más de 10 años, volaron desde su Colombia buscando mejorar sus condiciones de vida. Lo consiguieron, pero así son las condiciones de vida: otra vez se volaron de sus manos. Y de nuevo volaron, las condiciones y ellos, esta vez a la cálida Escocia. Y ya no sumaban un par, sino dos, cuando se volvieron a Barranquilla desde donde, después de hospedarnos en su casa y compartir con nosotros cuanto tenían, nos despidieron emotivamente. Atrás quedaron dos noches de parranda carnavalera regada con aguardiente de Antioquia y rumba callejera únicamente interrumpidas por un día del diablo con los ojos estériles por no admitir las cantidades ingentes de espuma en bote y harina en mano que yo, erre que erre... Y al día siguiente, yo (o el personaje que habito, o que me habita), que no me disfrazo ni en Carnaval, me eché unas insuficientes gafas de sol sobre las cuencas hinchadas de mis ojos y cubrí el conjunto con mis manos para que ES me condujera, no sé por dónde, a la dirección donde encontrarme con NA, una desconocida buena amiga que me devolvió mi tarjeta de débito y la copia de mi pasaporte que se encontró la noche anterior en el bar la Troja, y de paso me presentó a uno de sus compañeros de viaje, presente e invisible a mis ojos, al que un pájaro (o quizá el mismo que a mí) le había volado la cartera también, pero en su caso con más pasta que a mí y con menos suerte que yo; y a otro compañero más, también presente, invisible a mis ojos, e invidente también, al que le habían ocupado el nulo espacio entre los ojos y los párpados con la misma pasta que a mí.
Y aunque ese no hubiera sido el plan inicial cuando volamos de Rincón del Mar por primera vez, así fue como podría haber acontecido.
sábado, 17 de febrero de 2018
...vengo volando, ...voy volando.
lunes, 5 de febrero de 2018
Timbales, chalupas y centellas.
La Brisa Loca araña su espalda contra los tejados de Santa Marta, y aspira en frenéticos tirabuzones las bolsas de plástico y los papeles abandonados hasta un cielo tan próximo, y agita las palmeras y despeina sus penachos. Un día también se llevó consigo las manchas de tres girafas negras que ahora se gozan a la ventolera de percusiones caribeñas. MF, JX y MM renegaron de su soledad incompleta y tomando sus crías de caimán en la boca se hicieron dueñas orgullosas de sus aciertos y de sus errores.
Al otro lado de la ciénaga está Barranquilla; ambas atravesadas con la misma celeridad sin casi detenernos. Quizá, sólo quizá, volvamos por su celebrado Carnaval. Entonces, si es, será otra historia.
Lo que sí que ya es historia fue Cartagena de Indias: sobria y colorida, solemne y desenfadada, tórrida y fresca, peligrosa y amable. Si la bruma ensordeció su atardecer desde los bastiones de su histórica muralla, los muros acristalados de los rascacielos resonaron anaranjadamente insolentes retrasando lo inevitable. A esas horas, y por primera vez, los visitantes caminaron en la misma dirección. Al ponerse el Divo por el horizonte, y por última vez, los visitantes caminaron en otra misma dirección.
A la mañana siguiente, con su entrópico orden recuperado, Cartagena de Indias nos sopló, viento en popa, a Isla Grande, en el PNN Islas Corales del Rosario y San Bernardo. Sólo playas de fina y blanca arena coralina, aguas azul turquesa, vegetación de manglar y cocoteros. La Isla Grande es lo uno y no lo otro: isla, es; pero grande no. Un par de kilómetros de largo por medio de ancho, metros más, metros menos. De hecho, alquilamos un kayak de dos plazas y le dimos la vuelta en unas tres horas de navegación, cervezas aparte. Las cervezas con más atractivo narrativo para el escritor fueron las que nos sirvieron desde un yate. La vaina -como dicen aquí-, es que buscábamos el avión de Pablo Escobar hundido en la costa hace años para sevir de atractivo turístico como pecio. Y nos atrajo, pero su ubicación variaba con el interlocutor, así que cuando el mandamás de una lancha con turistas haciendo buceo con gafas y aletas a la que nos acercamos a preguntar nos dijo que "allá mismo, entre esas dos balizas en el fondo del mar", pues allá que pusimos rumbo. El punto en cuestión ya salía de la bahía natural en que estabamos, y se veía cierta animación en las olas que superaban la línea de arrecifes coralinos que proteje la costa; aunque se veían más que controlables. El pero fue otro: una vez allí, con las olas superando la cubierta de nuestra modesta embarcación, empezamos a perder flotabilidad. O en román paladino, nos estábamos hundiendo. Abrí la escotilla de la especie de bodega que es la que echa cuentas con Arquímedes y comprobé que estaba inundada. La escotilla no sellaba bien y las olas venían para quedarse. Con un peso en movimiento como esos 200 litros de agua balanceándose en la barriga del kayak, el equilibrio se hacía imposible, asi que intentamos acercarnos a la costa. Los de la orquesta del Titanic al menos hicieron algo, porque nosotros... En esas que aparece un yate de unos 6 metros de eslora, viento en popa, con equipo de alta fidelidad a todo trapo y unas parejas de poligoneros venidos a bien bebiendo realmente y bailando artificialmente. Eso sí, nosotros más que agradecidos, aunque se pasaron de no frenada y, sutilmente, consumaron nuestro anunciado vuelco. Ya náufragos, nos echaron un cabo que atamos a la proa sumergida de nuestro artefacto y nos remolcaron hacia la cercana costa, con DR cogido como buenamente podia al inexistente asidero de popa y yo como mascarón de proa enroscado al cabo, también como buenamente podía y a ratos debajo del agua, a ratos fuera. En algún instante saqué la cabeza más de lo normal y vi que desde la jolgórica cubierta me ofrecían una lata de cerveza. Naturalmente asentí, la dejaron caer al agua, la atrapé de milagro, pensé que sería poco probable lograr reunirme con DR, la abrí, bebí mi mitad y, con la mano libre, pretendí deslizarme hasta popa y compartír el botin. Pretendí. Pero, eso sí, el testigo llegó a DR. Y yo pasé de largo, obligando a nuestros generosos salvadores a retornar, y ahí ya nos ofrecieron abordar y beber. Y ya de paso, bailamos. Nos dejaron en una playita, achicamos el agua y bla, bla, bla... ¡Ahhhhhh, nooooo, esperad!, que resulta que el hioeputa -como dicen aquí- que nos envió a las balizas a ver el avión sumergido, estaba comandando una excursión para visitarlo. ¿Adivináis dónde? Pues sí, en el mismo lugar en que le preguntamos. Palabríta del niño jesús, que luego de achicar nos indicaron en un hotel próximo que era alli y allí fuimos y allí lo vimos sumergido. ¡¡Hioeputa!!
En la misma isla, la Laguna Encantada no es lo uno y sí lo otro: está comunicada con el mar y su agua es, obviamente, salada, y hay en ella un plancton luminiscente que se activa con su moviento como si fuese una creación del mismo Disney. Ya atardecido, el cielo caliente se reflejaba en su espejo y desde el pantalán de madera se veía de fondo la islilla que casi la confina. Enmarcando la estampa, la vegetación de manglar entrelazada levantaba una bóveda viva y parecía flotar en el aire de puntillas sobre una maraña de raices aereas, un cementerio de esqueletos de torax de mamut hincados en el lecho mullido. Esperamos, y ya entrada la noche aún ausente de luna me interné en la laguna escoltado por todas las chiribitas marinas del mundo, que se agitaban en mis brazos como diminutas luciérnagas incandescentes, saltaban sobre mí con el agua que despedían mis mágicas brazadas y nacían en líquidas nebulosas a cada patada de mis pies. Nadé así un centenar de metros hasta el centro de la laguna y me detuve entre las oscuridades del cielo y del agua. Por estar allí, una esfera tililante de astros y plancton me rodeaba.
jueves, 1 de febrero de 2018
Diario samario.
Piratas no, pirañas del Caribe es lo que son. A partir de ahora huiremos de la policía por delincuentes. No, nosotros no; ellos. Pero eso es otra historia... Perdón, son. Son otras historias.
Parece que hace ya mucho desde que dejamos Palomino y nos fuimos al encuentro de mi padre y C a Santa Marta a través de la lluvia que cercaba el PNN Tayrona, pero no hace tanto. No sabría decir cuándo fue, como tampoco pretendemos saber qué día es hoy. Apenas 2,018 milenios después de. El caso es que hubo alegría y bendecimos las mesas generosamente servidas por KC. Hospitalidad samaria de la de acá, no de la otra. Y no del tan acá, que es chilena de nacimiento y samaria de adopción. Y entre besos, sabores y calores pasaron los días hasta que nos despedimos de los mios y seguimos con nuestro zigzagueante periplo que nos llevó a Ciénaga, donde se celebraba la edición anual del Festival del Caimán. A veeeeer...., intentarlo lo intentamos, pero DR y quien os atormenta no somos muy de folclore, así que después de dos representaciones de la misma obra musical nos miramos y no hubo que decir más.
Al día siguiente entramos en la Sierra Nevada de Santa Marta y nos condujimos hasta un poco más arriba de Minca, al hostel La Fuente, a unos 700 m.s.n.m. Nos alojaron en un tipi para cuatro únicamente ocupado por nosotros, y tanto efecto nos hizo que al día siguiente nos dejamos llevar por un impulso irrefrenable de hacer el indio. ¡Y vaya si lo hicimos!, que cabalgamos nuestras escuálidas monturas hasta los 2000 m.s.n.m por todas esas montañas de verde selva sin evitar una sola cascada en que sumergirnos. Y vimos el atardecer mecidos en la inmensa hamaca de la Finca Elemento. Y seguimos nuestro camino.
También nos fuimos un par de días al PNN Tayrona, abandonando las motos en su aparcadero, a recorrer el bello sendero que conduce a los poblados indígenas de Pueblito: el resto arqueológio y el que los Koghi de ahora habitan con resignada apatía hacia el insistente visitante. Lo hicimos acompañados de NH, viajera de mil orígenes que apuntaba atenta las melodías de las aves, bestias y paisajes que inspirarán su próxima canción. Silbamos, cantamos, sincopamos, y siguió su camino. Y nos desnudamos en playas nudistas y en otras playas, tentando tremendas olas con nuestra diminuta desnudez. Y salimos airosos de tamaña desproporción bajo la mirada indiferente de las magnificas formaciones de batolitos grises y de la frondosa vegetación selvática que cercan esas mágicas playas de color vainilla. Y otra vez más nos fuimos. Otra vez a Santa Marta, que tan bien nos trató. Pero eso, ya sabéis..., eso será otra historia. O no lo será.