A ver si me acuerdo de esto, que lo tengo muy abandonado...
Íbamos de camino al Caribe, descendiendo hacia el Norte, ¿no? Supongamos que sí, pero con la diferencia de que el viaje se tornó en destino, no en camino, y así se sucedieron cinco jornadas de pura carretera, cada vez más ámplia, más llana, más recta, más calurosa. Y menos verde, menos sorpresiva. Pero añadiéndo paisajes a Colombia: humedales, llanuras de pasto, más desierto,...
"¿Voy bien para Mariquita?", preguntaba DR a un paisano, o "Estamos buscando Distraccíon y no la encontramos", a lo Rolling Stone. Sí, como Bart Simpson en su tercera adolescencia, cafres de puro hastío del sólo conducir rectas. Perdón, quise decir recta, que fue una, como uno es el surco de un disco de vinilo. Pues eso: Mariquita, Curumaní, Distracción y un hotel más, no sé dónde, hasta llegar a las Cuatro Vías, un cruce de caminos en medio de la nada donde se trafica masiva, pública e impunemente con gasolina y cerveza traídas de la vecinísima Venezuela. No hay gasolineras en cien kilómetros, así que rellenamos los depósitos con un tanque comprado a un precio ridículo. Ni coste de oportunidad, ni capitalismo ni leches, sino estar al otro lado de la frontera. Eso y la inestimable colaboración de la policia (buen orden de la cosa común, he llegado a leer buscando su etimología), que igual deja atravesar la frontera a una camioneta cargada de bidones de gasolina y cajas de cerveza, que ayuda a la regenta del hotel a dilucidar la extraña conversión de un billete nuevo, recién salido del banco, en un cochambroso papel que, a vista del agente, primero fue legal y, ante la insistencia de la señora, pasó a ser ilegal y convenientemente requisado. Requisado y custodiado en el bolsillo del diligente y pragmático funcionario, que mediando con su presúntanente presunta cara dura entre nosotros, nos recomendó compartir la "pérdida" solidariamente. "La señora tendría que haber comprobado la autenticidad del billete en el momento que se lo entregué, no media hora después, así que si abandona la cadena de custodia, que responda ella", dije; y me fui a dormir. El agente me dió la razón frente a la señora, que entendía en forzoso silencio cómo había roto dos veces en una sola noche la cadena de custodia de su billete.
Mucha crema solar después, el desierto que es la Guajira se hundió en el Caribe. Así, sin avisar con palmeras ni Hiltones. Nada. Desierto, desierto, desierto, agua y chimpún. Hala, ya estamos en el Cabo de la Vela, paraíso para kite-surfers y animales de sangre fría. Viento y calor. Resistí un par de días por comer pescado y pusimos rumbo a Palomino evitando alguna carretera con mala prensa. Palomino es un pueblito costero masificado por el turismo extranjero por su microclima y por estar ubicado en las puertas de la Sierra Nevada de Santa Marta (con picos de hasta 5775 m.s.n.m. apenas a 45 km del mar y joyas como la Ciudad Perdida) y del Parque Nacional Tayrona, cuya visita espero poder contar en unos días. La excursión a la Ciudad Perdida la excluímos por muy cara (dos tickets de entrada equivalen a la mitad del valor de compra de las dos motos). De entre lo que sí pudimos permitirnos, me gustó la bajada con neumático de camión como flotador por el tramo bajo del río Palomino, caracoleando valles selváticos mecido por el ritmo perezoso de su corrientre durante unos siete kilómetros hasta mezclarse con tibia agua salada en su desembocadura. Puro relajarse empapándose de paisaje y sonidos durante un par de horas. Y también la Quebrada Valencia, una cascada con pozas intermedias, todas ellas atestadas de turistas colombianos en vacaciones postnavideñas. Sobraban todos los turistas menos yo.
Y hablando de menos yo: me voy a dormir, que ya no van siendo horas.